¿Y cuál es la verdad? Lo cierto es que sí, que estamos intervenidos, si se me permite la expresión. Al menos, tirando de pragmatismo. Aranjuez está sometido a medidas de obligado cumplimiento en materia presupuestaria. Ya lo estaba con los planes de ajuste consecuencia de habernos acogido a los planes de pago a proveedores y a este último plan de pago de sentencias firmes, como las de Incocasa y Maconsa. Y como todo el mundo se podrá imaginar, este dinero no es gratis et amore , está sujeto a una condicionalidad. Dicha condicionalidad viene recogida en unos planes de ajuste que a día de hoy suponen una losa para Aranjuez, comprometiendo su crecimiento económico, sus inversiones, la contratación de personal… La aparición de más condiciones por parte del Ministerio de Hacienda no pone de manifiesto más que vamos a estar todavía más controlados. Y cuando a un municipio le tienen que controlar cada vez más desde entes externos, será porque las cosas no se habrán hecho demasiado bien, a menos que la carta desde el Ministerio sea en realidad una felicitación navideña, o un premio por lo bien que lo llevamos todo. Va a ser que no.
Ante este problema hay dos opciones, o ser franco, reunir a todas las fuerzas políticas de Aranjuez y en consenso comenzar a trazar unas líneas básicas que nos permitan salir del cráter en el que estamos metidos, o embarcarnos en juegos semánticos para intentar cargar -o descargar- de dramatismo el asunto en cuestión. Una solución curiosa, como si cambiándole de nombre se pudiera minimizar su gravedad. Pero ni siquiera en esto somos originales, pues a nivel nacional ya se hicieron malabarismos lingüísticos para evitar decir la palabra maldita.
Tanto es así que a la revista Time no le pasó por alto y nos dedicó un curioso titular: You say Tomato, I say bailout , algo así como “tú lo llamas tomate, yo lo llamo rescate”. Aquí en Aranjuez, más castizos, podríamos tirar de la famosa fábula de los dos conejos, que se ponían a discutir sobre la naturaleza de los lebreles que les perseguían con las fauces espumeantes, en lugar de correr a ponerse a salvo. Aquí estamos en las mismas, con la salvedad de que no nos persigue ningún galgo, sino un miura de una tonelada y unos cuernos como las aspas de un molino, y que cada año que pasa se va haciendo más grande, y con más mala leche.
Es evidente que lo que tenemos por delante no es ningún camino de rosas, y que empezar a tirarnos entre todos los trastos a la cabeza no va a contribuir a traer ninguna solución, sino a retrasarla, porque debemos enfocar los esfuerzos en taponar las vías de agua y en pensar en salir adelante. Y si a nivel nacional supimos en momentos muy difíciles ponernos de acuerdo y afrontar problemas gravísimos, aquí tenemos no solo la necesidad sino también la obligación de hacer lo propio. Un Pacto por Aranjuez en el que todos tengamos que sacrificar cosas, tragarnos sapos u orgullo, como queramos denominarlo, pero poniendo todo por nuestra parte.
Esto ya no va de buenos y malos, en esta historia podríamos discutir sobre héroes o villanos, pero sí sabemos que hay unas víctimas ciertas, que son los vecinos de Aranjuez. Y los ribereños se merecen que por una vez rememos todos en la misma dirección. De lo contrario, nos pasará como a los conejos de la fábula.
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