Jesús Mario Blasco - ¿Cambio a mejor?

“Por el cambio”, decía el ya famoso eslogan electoral de Felipe González en 1982, aderezado con su no menos famosa chaqueta de pana. Llegó el cambio, vaya si llegó, y hoy esa misma persona (y su consejero áulico del otro lado del charco) pide que nos jubilemos casi en la ancianidad, que está muy feo eso de estar ocioso dando de comer a las palomas. Sí, a veces pregonar el cambio no supone cambiar, o incluso peor, que cambie todo para que nada cambie. En Aranjuez llevamos muchos años de cambios, y a decir verdad se cambia, pero la flecha del cambio parece indicar siempre la misma dirección: a peor. Con ello no pretendo decir que todos aquellos que han ocupado el sillón municipal durante el periodo democrático lo hayan hecho mal, porque opinar desde fuera también es muy sencillo, pero por diversas razones (unas internas, otras externas) no han tenido éxito en su misión.

Lo que sí es innegable es que una de las ciudades con más posibilidades de desarrollo de toda España es incapaz de aprovechar sus recursos. Hay suelo en abundancia, hay huerta, hay situación estratégica, hay cercanía a la capital del estado (que a la vez la ciudad más grande e importante del sur de Europa, y el principal foco económico y cultural) Y por si fuera poco, hay un entorno natural, monumental y cultural de primer orden. Y sin embargo, cada día salen en tropel miles de personas a estudiar o trabajar fuera, aparcando en descampados a 10 minutos andando de la estación, o “navegando” por los gigantescos charcos que se hacen en su entrada cada vez que caen cuatro gotas. ¿Qué ha pasado, qué pasa?  

Sin duda, existe una pésima coordinación entre administraciones con competencias en Aranjuez, y muy posiblemente este sea el nudo gordiano que impide el desarrollo de nuestra ciudad, tal y como hemos dicho desde acipa en múltiples ocasiones y que ya por reiteración no merece la pena volver a incidir. Pero a pesar de más o menos tener identificado el problema, hacer un itinerario histórico de la situación hace que se le caiga el alma a los pies al más pintado. Conservo todavía folletos de 1993, una “gaceta de Aranjuez”, un especial llamado “Aranjuez 2003” que a mi con 13 años se me antojaba por entonces lejanísimo, en el que se hablaba de un Aranjuez con 75.000 vecinos, con un polígono industrial en la antigua Azucarera, con una universidad en Legamarejo (hay por ahí un comentario de Gustavo Villapalos diciendo que el “año que viene habrá 10.000 estudiando en Aranjuez” que hoy produce entre risa y vergüenza ajena. La universidad acabó volando a Móstoles y Alcorcón, como siempre) y con un parque tecnológico en Puente Largo que en ese añorado 2003 se acabó transformando en deseo de casi 7.000 viviendas y luego volvió a ser industrial, para acabar deviniendo en una realidad pletórica de cardos borriqueros y lagartijas asoleándose con los últimos rayos de sol del otoño. Se podría seguir, añadiendo a la lista la ansiada llegada de Repsol, de la sucursal del Prado y del Centro Internacional de Ocio pero no es cuestión de deprimirnos más de la cuenta y de lamernos más las heridas. En estos años nos han dejado en pelota picada el río Tajo y las arcas públicas, producto de una mala gestión, también. No se puede invocar eternamente la confianza y la paciencia de la gente cuando los resultados (los positivos, claro) están lejos de verse

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