Jesús Mario Blasco - La vigencia de los recuerdos

Poco a poco la legislatura abandona las aguas tranquilas (que tampoco han sido tal) de su inicio de singladura y se va adentrando en mar abierto. Los plenos se suceden y de lo que ocurre en ellos, bien por su duración o su frecuencia, apenas resuena en ecos a los pocos días de celebrarse. El Pleno ordinario del 19 de noviembre dejó sin duda titulares, más de los habituales, pero más allá de ellos dejó también un reconocimiento unánime por parte de toda la Corporación hacia la Fundación Juanjo Torrejón, que fue declarada como de Utilidad Pública Municipal. Un reconocimiento a una abnegada labor de nueve años de ayuda a los demás que tuvo su origen en la prematura pérdida del que sin duda es su alma máter, su referente en el más amplio sentido del término. Sí, este pasado viernes, 27 de noviembre, conmemorábamos el décimo aniversario de la muerte de Juanjo Torrejón. Aquella fría mañana de domingo de 2005 desaparecía una persona que, además de ejercer su magisterio como párroco de la Iglesia de San Pascual, llevaba desde hace décadas una pesada mochila cargada de compromiso, de entrega a los que menos tenían, en una sociedad que olvida demasiado rápido y no espera a los que se quedan rezagados. Una sociedad que sin duda necesitaba y necesita personas así, pero que a veces los pierde demasiado rápido. Decía el personaje interpretado por Joe Turkel en el clásico de ciencia-ficción Blade Runner, que “la luz que brilla con el doble de intensidad dura la mitad de tiempo”, y por desgracia así parece haber sido. Juanjo nos dejó con solo 54 años, con las ganas y los proyectos desbordándole las manos y sin poder terminar la labor que comenzó.

Aquel mismo día, la frase que sin duda más escuché, no fueron las típica que uno escucha en un velatorio, esas de compromiso. Era mucho más apegada al sentido que Juanjo Torrejón dio a su vida. “¿Y ahora qué va a ser de mi?”, cargada de la más profunda sensación de desamparo que uno pudiera imaginar. No fueron una ni dos las personas que la pronunciaron. Fueron muchas, porque muchas eran las personas que se sentían cobijadas bajo el paraguas de una figura que no solo era grande en lo físico, sino también en la lucha por los derechos ajenos. Lucha de Derechos, no limosnas. 

Ayuda y cobijo crítico, con unas convicciones tan tremendamente firmes que nada ni nadie iban a ser capaces de abatir. Era evidente, por tanto, que ese hueco enorme que dejó en tantas y tantas personas debía ser llenado, rápida y eficazmente. El testigo lo recogió la Fundación Juanjo Torrejón, y como decía al principio, sus méritos desde 2006 la han hecho acreedora de un título que era necesario a nivel administrativo, pero que a nivel social y humano era casi trivial otorgárselo.

Ha pasado otro 27 de noviembre, en una sociedad que como arriba señalaba no espera al rezagado, excluye al diferente, a aquel que a priori no encaja en el rompecabezas. Una sociedad que, al más puro estilo darwinista, “premia” al que antes pisotea el cuello del adversario y se adapta antes a dicho rompecabezas. Por fortuna hay y ha habido personas que en lugar de dejar su caminar flanqueado por cadáveres a los lados, han dejado una huella indeleble en todos aquellos que han tratado, conocido y ayudado. La vida humana no se mide en estos casos en años, se mide también en personas, en buenas acciones, en sueños y recuerdos que siguen vigentes tras una década. Y es por eso por lo que, tras este 27 de noviembre, le debía a Él esta humilde columna, porque 10 años después Juanjo sigue estando muy presente.

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